martes, 11 de abril de 2023

¿Cómo suenan las nubes al chocar?: Una aproximación a la obra de Miquel Gozalbo




“La piedra es masa, el hierro es músculo”

Eduardo Chillida[1]

  

Desde la antigüedad, las nubes, insubordinación de la sustancia y venganza de la física de los fluidos, han estado pobladas de dioses y de fuerzas. Según el Evangelio, tenían la solidez suficiente como para soportar el peso del cuerpo de una persona, pudiendo servir de vehículo para descender apoteósicamente desde las alturas.  De hecho, puede leerse cómo Jesús, siendo juzgado por el delito de blasfemia, respondió al Sanedrín: “Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo[2]. Así pues, en 1460, y ya con la conciencia humanística del Renacimiento, todavía puede comprobarse cómo Andrea Mantegna en su Cristo en el Monte de los Olivos (fig.1), de ambiente solemne y circunspecto, representa un grupo de querubines que sostienen sobre una nube los símbolos de la pasión, de pie, y sin ninguna vacilación. O que, el mismo artista, ya 1502, en otra de sus obras, El triunfo de la virtud (fig.2), muestre un cuerpo en la batalla observado por las virtudes de la Justicia, Fortaleza y Templanza que, desde una nube plegada y maciza, tridimensional como una espuma pétrea, contemplan todo lo que está sucediendo en el mundo de los vicios humanos. 

Un planteamiento difícil de mantener en la contemporaneidad. De ahí que Jean Arp, en 1986, afirmase -aunque por otros motivos-, que:

“Aquél que quiera derribar una nube con flechas, las agotará en vano. Muchos escultores se parecen a estos extraños cazadores. De aquí lo que hay que hacer: hay que encantar la nube con un aire de violín… Entonces la nube no tarda en bajar, se acomoda feliz en el suelo y, al final, totalmente complacida, se petrifica. Así es, como en un juego de manos, como el escultor realiza la más bella de las esculturas”[3].

El pensamiento del escultor francoalemán conecta perfectamente con la obra de Miquel Gozalbo (Betxí, 1961). Las formas de sus esculturas abstractas, consagradas enteramente al metal, evocan esta idea. Su obra es rica en referencias y matices que se entrecruzan y entrelazan, que se complementan y matizan. Así, al igual que la contemplación de las nubes, sus trabajos invitan al silencio y a la meditación tranquila. Al observarlos asalta al espectador el recuerdo de la peculiar atmósfera de sosiego del taller del artista en pleno centro de Betxí en la comarca de la Plana Baixa de Castellón. Un lugar habitado por multitud de trabajos de todos los tamaños. Su acumulación emula una fundición de formas biomórficas y totémicas que abandonan los referentes clásicos para expandirse a nuevos paradigmas, mostrando la voz y visión propias que el bechinense ha mantenido desde el principio de su carrera.

Gozalbo es un artista que domina la forma y la técnica. Su trabajo sigue la tradición de la escultura metálica de artistas como Pablo Gargallo y Julio González, así como la de los años cincuenta del siglo XX, en cuya órbita se movían artistas españoles que son referencias fundamentales como Jorge de Oteiza, Eusebio Sempere o los entonces jóvenes Martín Chirino y Eduardo Chillida. El hierro forjado, una materia más dura que el granito, presenta a Gozalbo una ‘resistencia infinitamente maleable’, sin aparentes restricciones, cual serpentinas de papel, cual ondas de la arena en la playa generando pliegues meándricos que se retraen hasta su envés más profundo. Dota al hierro de emoción. Al igual que ya hicieran escultores como Gargallo, aprovecha las calidades físicas y posibilidades imprevistas del metal para crear nuevas formas, así como para obtener de los procedimientos técnicos una expresión mucho más fuerte e intensa que la de la escultura tradicional. Porque como soporte, el metal, le permite trabajar lentamente de manera no premeditada, sin conocer el resultado final, en unas obras que crecen orgánicamente sobre sí mismas. En su trabajo directo sobre chapa y las barras de metal que ensambla y suelda con paciencia es preciso ir más allá: de lo que se ve y de la superficie hasta el fondo, a su interior; de la obra a los ecos que emanan de ella. Esto es lo que permite al artista una libertad, una espontaneidad y una expresividad sorprendentes. Porque Gozalbo las hace evolucionar, en algunos casos durante años, como la gestación de un cuerpo vivo que plantea la posibilidad de dejar abiertas nuevas variaciones, avanzando lentamente, moldeándolas a su antojo, como fruto que crece en una planta que surge de su imaginación abstracta. Trabaja en el proceso de gestación de un cuerpo vivo, predominantemente curvo, que se expande, con una fascinante elegancia, llevando hasta el extremo los contrastes entre una materia tan resistente como es el hierro y el pliegue metálico al que impone su voluntad. Y al hacerlo transmite la emoción tan singular que hace que el espectador participe de la potencia creadora de sus trabajos.

 

 

II

Se dice que Galileo Galilei (1564-1642) arrojó dos objetos, uno pesado y otro ligero, desde la torre de Pisa, para comprobar que ambos caían al suelo al mismo tiempo. No hay constancia histórica de la realización de este experimento. Sin embargo, quien sí lo realizó, en 1644, fue el astrónomo y jesuita italiano Giovanni Battista Riccioli (1598-1671) en la torre Asinelli de Bolonia, como queda reflejado en su tratado Almagestum Novum (1651). Su objetivo era demostrar que Galileo estaba equivocado, que los cuerpos más pesados caen antes y que se equivocaba al afirmar que la aceleración de la gravedad es constante. Además, estudió cómo el rozamiento con el aire frena la caída de los cuerpos. Sin embargo, al aplicar el método científico con rigor, acabó dándole la razón. Gracias a su experimento en esta torre de 97,6 metros de altura logró medir la aceleración de la gravedad de forma directa, obteniendo un valor increíblemente bueno para su época.

De nuevo un hecho histórico y científico nos remite a la obra de Gozalbo. Su trabajo huye de lo espectacular, de la teatralidad de la apariencia, no busca que el espectador quede aplastado por la monumentalidad de unas obras que en muchos casos se plantan directamente en la tierra. En su taller, la yuxtaposición de piezas causa una fuerte impresión al visitante: la evidencia de un flujo de esculturas que, a pesar de su color oscuro y aparente robustez, confieren una extraña sensación de ausencia de peso, de una extrema ligereza que va más allá de su volumen. Gozalbo enfrenta al espectador con una obra de ‘realismo’ aparentemente liviano.

Es evidente en la serie de sus banderas realizadas en hierro, un material que por su naturaleza está unido de manera inherente a la idea del peso. En ese sentido se genera una aparente contradicción al crear trabajos en metal brutalmente macizos que se sostienen en el aire mediante hilos de acero armónicos, que llegan a moverse, girando con la torsión del hilo mismo. Como ya hiciera Chillida, se enfrenta a la fuerza de la gravitación con una forma de hierro que tiene que caer a plomo, aplastante, que no esquiva el peso, pero que se sostiene en el aire, y se presenta al espectador levitando a pesar de no ser liviana. Sin duda no es solo una gran ampliación física del peso de la obra, sino especialmente, un cambio cualitativo de naturaleza estética al transmitir a través de sus esculturas la mezcla de la rotundidez del metal y, a la vez, de la ligereza que confiere la forma que representa la escultura. Al igual que ocurre en las obras del escultor vasco surge el interés por lo opuesto a la gravedad, que es la levitación, algo que se rebela contra ella, porque no se puede partir de aquello en lo que la gravedad no actúa, sino de aquello en que la gravedad actúa de una manera máxima, extrema[4].

Además, las esculturas de Gozalbo presentan una escala monumental. Pero es una escala más mental que física, puesto que no siempre emana de las dimensiones físicas reales, que requieren de mirada amplia, y a la vez penetrante, que traspasen la piel de la pieza y calen en las profundidades de la obra, allí donde habita el pensamiento. Porque es bajo los pliegues y giros que genera el artista en el metal, al margen de todo lo que ofrece a simple vista la obra de Gozalbo, donde se encuentra un mundo a descubrir.

 

 

III

De todo esto se deriva que la meticulosidad, la precisión, el dominio de la técnica y la exactitud en la ejecución son algunos de los rasgos fundamentales que nos acercan y adentran en el mundo artístico de Miquel Gozalbo. Su principal aportación es la representación de un espacio de metamorfosis, un apasionado del hierro, al que asciende incluso a la categoría filosófica y que, como ya hiciera Julio González, ha hecho que deje de ser mortífero y simple instrumento de una ciencia demasiado mecánica para introducirlo, con las puertas abiertas de par en par, en el mundo del arte para que sea “forjado y batido por las manos pacíficas de los artistas[5]”.

Como puede comprobarse en las obras expuestas en la Sala Sant Miquel de la Fundació Caixa Castelló, sería, por tanto, injusto quedarse con una primera lectura de unas esculturas que es necesario que sean valoradas por sí mismas. La exposición refleja la madurez de un artista, todavía demasiado desconocido, con un lenguaje claramente definido en el que evidencia que es capaz de imprimir un sentido fuertemente personal a sus esculturas en hierro. La Fundació Caixa Castelló ha tenido el privilegio de contar, para la realización de esta muestra con la colaboración decisiva del artista, brindándole con ello su sentido homenaje. Desde las primeras obras, realizadas a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado con material de despiece descartado de los talleres para las fábricas de cerámica de la zona, en las que queda evidente la influencia del oficio de herrero de su padre, que fue quien le introdujo en el oficio, la técnica de la forja y la soldadura, hasta la monumental Espai-Temps, la obra central que preside la exposición, en la que se concentra la evolución del artista desde el inicio de su carrera hasta la actualidad

Realizar esta exposición ha supuesto un desafío, pues supone una importante aportación al discurso de la Sala Sant Miquel de la Fundació Caixa Castelló en su objetivo de mostrar las transformaciones ocurridas en las prácticas artísticas de los últimos cuarenta años. La intención no ha sido mostrar una cartografía exhaustiva de la trayectoria de Miquel Gozalbo, sino la de seleccionar un conjunto de piezas significativas procedentes de su taller, nunca expuestas con anterioridad, en las que encontramos algunas de las claves fundamentales de su escultura. Unas obras en las que se ha cancelado la gravedad, en las que su peso no se siente y que por su monumentalidad, su buena factura y su potencia esconden o, si se prefiere, exhiben, muchas otras lecturas y mucho más enriquecedoras. Quedan reservadas al espectador.


Alfredo Llopico

Castelló, 9 de octubre de 2022



 




 

 

Bibliografía:

BARBIÉ-NOGARET, Manuel. Jean Arp: Una retrospectiva de escultura (Exposición celebrada en la Galería Manuel Barbie de Barcelona en 2005). Barcelona: Manuel Barbié, 2005.

CALVO SERRALLER, Francisco. El reino del silencio: Escultura española actual entre el objeto y su ausencia. 2000-2010. (Exposición celebrada en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia, del 29-IX-2009 al 21-II-2010). Segovia: Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia, 2009.

LLORENS, Tomàs; LLORENS, Boye. Martín Chirino. Escultor. (Exposición celebrada en el IVAM Institut Valencià d’Art Modern, del 31-I-2006 al 5-III-2006). Valencia: Ivam Institut Valencià d’Art Modern, 2006.

OROPESA, Marisa (com.). Tres escultores en Paris: Pablo Gargallo, Julio González, Manolo Hugué (Exposición celebrada en Palacio Municipal de Exposiciones Kiosco Alfonso de Vigo, de mayo a junio de 1999). Vigo: Caixavigo, 1999.

UGALDE, Martín de. Hablando con Chillida: Vida y obra (Período 1924-1975). Donostia-San Sebastián: Txertoa Argitaletxea, 2010.



[1] UGALDE, M. de, 2010, 36.

[2] Marcos 14: 62, Mateo 26: 64.

[3] ARP, Jean, en Arp: 1886-1966. (Exposición celebrada en Wuerttemberg Art Association Stuttgart (Württembergischer Kunstverein Stuttgart, del 13-7-1986 al 31-8-1986). Stuttgart: Hatje, 1986, cit. por Barbié-Nogaret, M., 2005, 13.

[4] UGALDE, M. de, 2010, 85-86.

[5] En “Julio González”. Publicaciones del Patronato Nacional de Museos, Madrid, 1978, p.9. Cit. por LAIGLESIA, Juan Fernando: “Gargallo, González, y Manolo: Tres gestos radicales”, en OROPESA, M., 19.



domingo, 9 de abril de 2023

El condottiero de la cultura: Leo Castelli


Leo Castelli (1907–1999) vivió su infancia con precariedad, expuesto junto a su familia a humillaciones o favores según el capricho de las autoridades administrativas y religiosas de la época, atrapado entre una madre neurasténica y un padre adicto al trabajo, en una familia en la que jamás se hablaba de política, de arte o literatura, ni mostraba el menor interés por las inclinaciones personales de los hijos. Pero, en una Europa a la deriva hacia la Segunda Guerra Mundial, supo desarrollar la personalidad independiente que estableció las bases de su identidad futura. 

El 3 de febrero de 1957, cuando contaba con cincuenta años, inauguró su primer espacio de arte en Nueva York. Tras vaciar en su apartamento la sala de estar y modificar la habitación de su hija en una sala de exposiciones, se convirtió, junto a su esposa Ileana, en árbitro del gusto por antonomasia en la gran epopeya cultural que estaba comenzando. Y pasó de simple aficionado a marchante de arte como si fuese lo más natural, lo cual no hace más que indicar no solo su talento para el oficio, sino también la propensión al riesgo y la intrepidez de este seductor hombre de mundo que acabaría por convertirse en el más importante galerista de las últimas décadas del siglo XX.

Es obligado reconocer la escrupulosidad y el empeño en la excelencia de Leo Castelli, lo que catapultaría a una categoría totalmente distinta a la de sus colegas y le convirtió en un empresario dinámico cuya flamante galería adquiriría de inmediato una posición de predominio en el mundo artístico. Exquisitamente cortés y mundano, de aspecto impecable, generoso, locuaz y atento, recorrió la escena artística percibiendo tendencias, contribuyendo a crearlas, observando y esperando para exponer los mejores lienzos de Europa y Estados Unidos. De este modo dio a conocer a las figuras más importantes que vinieron a romper con el expresionismo abstracto, es decir, a las del pop art, el minimalismo y el arte conceptual, aliándose con los mejores artistas norteamericanos contemporáneos y fue capaz de adelantarse siempre al espectador. Para ello reconoció a los grandes actores, los artistas que iban a desempeñar un papel capital, y luego creó el ambiente propicio para que floreciesen figuras como Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Frank Stella, Cy Twombly, Roy Lichtenstein, Andy Warhol, James Rosenquist, Donald Judd, Christo, Bruce Nauman, Ricahrd Serra, Claes Oldenburg o Julian Schnabel entre otros. 

Leo Castelli, a través de su galería, un lugar donde se movían ideas y confluían personas en constante y fecundo intercambio, se convirtió en una institución cultural. Fue el primero en comprender que el mundo del arte podía convertirse en una comunidad intelectual internacional y, al asumir la labor de marchante, las funciones de relaciones públicas, representante, asesor cultural y divulgador de ideas, inició un proceso de renovación, que aún no ha terminado, para transformar el papel del artista y su obra y para redefinir la relación de esta con el público. Este es el hombre que durante las cuatro últimas décadas del siglo XX revolucionó el estatus de los artistas en Estados Unidos y cambió por completo las reglas del mercado del arte que, gracias a la exhaustiva biografía publicada por Annie Cohen-Solal, podemos conocer en mayor profundidad. Una obra imprescindible para los interesados en el arte contemporáneo y en el mercado que lo rodea.


Foto: Leo Castelli en 1960 con obras de Frank Stella, Jasper Johns, Lee Bontecou, Edward Higgins y Robert Rauschenberg.